Aún recuerdo cuando el pasado año,
tras quedar fijados los enfrentamientos de semifinales de Champions
(Chelsea-Barça y Bayern Munich-Real Madrid), aficionados y medios de
comunicación ya especulaban con una hipotética final entre catalanes y
madrileños. Tras los 180 minutos de cada eliminatoria (con 30 de prórroga y
tanda de penaltis en el caso del Bayern-Madrid), todos los que habían
aventurado un Clásico para la final del Allianz Arena quedaron retratados. Y es
que ya sabemos que no hay que vender la piel del oso antes de cazarlo.
En esta edición, la falta de respeto
se ha vuelto a producir, aunque en una dirección diferente a la del año
anterior. En un alarde de suficiencia que aún no comprendo, se han visto y oído
opiniones sobre las preferencias acerca de los rivales en esta ronda (no se
venía realizando sorteo para semifinales hasta esta temporada) y he observado
con sorpresa que hay gente que manifestaba su predilección porque el Barça le
tocase en gracia a su equipo antes que cualquier otro conjunto.
Parece que seis semifinales seguidas de Champions no pesan lo suficiente
como para respetar al dominador de la competición durante los últimos años.
Quizás esta confianza en una derrota segura del Barça se deba al mermado estado
de salud de Messi, convaleciente aún de una lesión en el bíceps femoral. Igual
nadie ha reparado en que el combinado catalán es líder de la
Liga BBVA (con trece puntos de diferencia
sobre el segundo clasificado) y, además, siete de sus futbolistas titulares
también otorgan dicha condición en la selección que actualmente ostenta los
tronos futbolísticos europeo y mundial. Con ello, no insinúo que el Barça sea favorito para ganar
esta Champions. Tampoco lo era para las que sí ganó, porque, sinceramente,
establecer este tipo de condiciones cuando hablas de los cuatro mejores equipos
del continente es jugar con fuego.
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